Rincones
de Badajoz
Hola de
nuevo. Tenemos muchos rincones pendientes para compartir con vosotros. Unas
supuestas brevísimas obras que se han prolongado más de lo esperado le han
impedido a nuestra “reportera especial” continuar con su enriquecedora tarea de
plasmar sus reflexiones.
En el MEIAC
estuvo expuesta una exposición del fotógrafo polaco Ryszard Kapuscinski. El
título era “El Ocaso de Imperio”. La muestra contaba con 36 fotografías tomadas
en la antigua URSS.
Reflejos
del alma rusa
Cuando vivía, tal vez solo crecía, en
el pueblo, en el viejo caserón de mis abuelos con cortinajes raídos y borlones,
chupeteados por todos los niños de la familia y remendados visillos de encaje,
tenía, ¡qué lujo por aquel entonces! sala y alcoba para mí, para mis sueños,
mis miedos y mis disfraces. Los baúles, los cajones de los roperos, con ropa
anticuada vista sólo en viejos retratos y daguerrotipos de la familia o el
ajuar de boda de mi madre que no sé por
qué razón no llegó a estrenar.
Romántica, imaginativa, tímida hasta
a la enfermedad y un poco paranoica, me
encerraba en mi mundo de azogue y alimentaba mi imaginación con todo lo que caía
en mi mano. Los libros más gordos. Las lecturas más serias, o cualquier cosa
que tuviera algo escrito era suficiente. Para asombro de la bibliotecaria, una
solterona con una triste historia de amor, iba casi cada noche a la biblioteca,
venciendo mis miedos pueriles simplemente para estar, para leer. Piratas, leprosos,
aventureros, Lorca, los Congourt, y como no, ellos, los clásicos rusos que
fueron hermanos y delicias durante esa larga etapa de la adolescencia.
Dovtoyevsky: “Crimen y Castigo”, “Humillados y Ofendidos”, Gorky: “La madre”, Gogol:
“Las almas muertas”, Tolstoy: “Guerra y Paz”… y deseosa de aquel mundo de
aristocracia, nieve y trineos, trasladaba a las estepas rusas a su parda
Extremadura. Sus barbechos eran planicies casi deshabitadas. Sus bosques de
encina se transformaban en pino y coníferas y el deseo de todo aquello que impregnaba
también su melancolía y encajaba con una parte de sí misma hecha de trapo y
fantasía. Una vieja chaqueta de terciopelo, con cuello chimenea y un simple cuello
de piel alrededor de las sienes le convertían en una antigua zarina. Y a los
zapatos del uniforme poco le faltaban para patinar. Lo importante era soñar,
soñar y alimentar los sueños. Más tarde, y sin querer entrar en política, me
toco ser vecina de la URSS. Viví desde
dentro la vida comunista. Recordaba y recordaba veces las lecturas de la
infancia. La nieve ahora era de verdad. Pero los trineos de verdad me daban
miedo. Los auténticos s gorros de piel, los abrigos, la hacían vivir entre los
velos del alma rusa. Daba pena y miedo. Rusia no había podido desaparecer, la
Rusia que sufría con los Zares sufrió la matanza de Sarajevo, la revolución,
dos guerras mundiales, la historia se repetía. Distintos ejércitos, de Napoleón o Hitler habían sufrido ante su
nieve y su carácter.
Rusia había cambiado. Sobre todo era
la apariencia. Los viejos iconos eran ahora retratos de los próceres
soviéticos, el palacio del Kremlin sustituía al palacio de invierno de Nicolás
II. Rusia sollozaba y gemía bajo la bota comunista. El tiempo. Desde la
infancia hasta la madurez amiga, quizá más que amiga del alma rusa. Ahora, en
mi pequeño cuarto quedan de aquello algunas pieles sintéticas y qué poco sé de
la Rusia actual. Los rusos combaten el frío en la calle quemando madera, la
miseria de nuevo rodea el vaho de las viejas bufandas. Para occidente casi un
olvido: Gorbachov, pérdida de autoestima. A ese gran coloso se le han desprendido
las repúblicas bálticos, Ucrania. Quizá a Rusia le aguarden nuevos retos o un descanso necesario e
histórico. A mí sencillamente un poco de paz y de calor.
Pobres padrecitos rusos. Pobre mi zarévich,
mi zarevna, Nicolás o Rasputín. Bien o mal la vida sigue y aquí mismo en
Badajoz hemos intentado acercarnos al MEIAC. Estaba cerrado pero las taigas,
las estepas y el volar de los gansos, han asomado por una esquina del visillo.
Una tarde más en Badajoz.
fDO. F.G.
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