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UN TRANVÍA LLAMADO PROGRESO

RINCONES DE BADAJOZ
NUESTRO GOZO EN UN POZO…. NOS HABÍAN HABLADO DE UN LUGAR DONDE SE COMÍAN UNAS DELICIOSAS PIZZAS TRADICIONALES, AL MÁS PURO ESTILO DE LA MAMMA. ¡VAYA CHASCO: CERRADO! ASÍ QUE BUSCAMOS UNA RÁPIDA ALTERNATIVA.
LO QUE COMINOS ESTABA MUY RICO, PERO NO ES LO MISMO.
                           
    
Esta salida del grupo de CRR Badajoz, evocó esta magnífica reflexión: 
Un tranvía llamado Progreso:
 “Nací y sí, no se equivoquen ustedes en mi edad, nací a mitad de ese gran híbrido que fue el SXX. Con los años de post guerra  o según íbamos alejándonos de la guerra, la historia iba dando lugar a un periodo de pétrea paz. Al laboreo de la tierra, la reunificación parcelaria, los Pueblos Nuevos, el famoso plan Guadiana , los latifundios (mejor explotados ahora), iban agregándose poco a poco, empleados y funcionarios que darían lugar a una pequeña burguesía, a un pequeño comercio. Con el escaso excedente de dinero, el comprar y vender y cosas no solo de primera necesidad, abrían paso a una sociedad consumista. La ropa confeccionada, el tergal, la cocina de butano, la estufa catalítica. Como no, la tv que reunía a todo el vecindario, la máquina de tricotar y un sinfín de pequeñas aunque no imprescindibles comodidades.
Paralelamente la fisionomía de la despensa cambiaba también. Los más avispados abrieron los primeros Spar y supermercados. Circulaban ya los congelados. Las bolsas de leche sustituían la leche a domicilio y empezaba a ser imprescindible el famoso y conocido aunque no tan viejo frigorífico. El rey de la casa, el tótem, el que iba a dar paso a una nueva religión: la comida moderna, nos iba familiarizando con otra cocina. Embalado, casi irrespetuosamente era introducido en el domicilio. Después de mil cambios de opiniones se colocaba en el mejor lugar de la casa, en el mejor lugar del salón. Pulido y brillante, era un símbolo de cierta riqueza y poder adquisitivo. Se le tejía un pañito de ganchillo y se buscaba en el patio la maceta más adecuada para ponérsela encima. Al botijo dentro para que se mantuviera el agua fresca, lo acompañaban las costillas en adobo pero también la merluza y un sinfín de cosas más imposibles de pensar un poco antes. Nadie sabe ya, ni recuerda, cómo apareció el yogur, el gazpacho en tetrabrik, las sopas de sobre. Sin darnos cuenta abríamos la puerta a una auténtica revolución industrial y gastronómica como no habíamos tenido nunca. Habíamos puesto un pie en el arcén de ese tranvía llamado progreso que ya no se iba a detener. La tele nos enseña el mundo y luego nos lo comemos. Nos lo sirven en bandeja los supermercados. De la mano de Italia la pizza, de ya no sé dónde el salami, el jamón de york, “sanguis” (ya tenemos sandwichera), botes, quesos plastificados, natillas de dios sabe qué… pero que por lo demás, todo está buenísimo. Quedan pocas churrerías y es imposible comer churros calientes antes de ir al instituto: Corn-flakes. El pequeño Pantagruel devora tradiciones y se las echa a la espalda.  Silenciosos, intergalácticos, nueva generación, cuando abres la puerta llena de luz, un montón de paquetitos en papel de aluminio que parece ser que es la comida. Más propia, creo yo,  de los astronautas de la NASA que para un común mortal. Pero es el precio. Es el tranvía llamado progreso que no se detiene, que se arrastra imparable de continente a continente. En este planeta que antes era azul, las gallinas comen hormonas, las vacas se vuelven locas y los pepinos están contaminados. Parará algún día.  Es posible que agotado, tire la toalla en  la selva del Orinoco. O sencillamente, cosa que no deseo, se estampe en una curva. No sé.
Hemos salido a dar una vuelta. Aquí mismo, a un local de comida italiana tradicional. Ha cerrado, como tantos. En su lugar un pizza rápida. Y veo el morro. Ha sido aquí mismo. Como quien dice a la vuelta de la esquina. En Badajoz”.
F.G.

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