Caía la tarde y se avecinaba la Navidad. La tarde que
caía, una tarde de lunes oscura y fría, teníamos nuestro taller de Rincones.
Embutidos en los abrigos, bufandas, las manos en los bolsillos, esperábamos como
siempre la bajada de Irene y un poco taciturnos echamos a andar. Por una vez,
por esta vez, ignorábamos nuestro destino, mas pendientes de nuestro destino
que de nosotros mismos. Dejamos atrás Menacho, la casa de la Soledad y la
estatua del Porrina. Cogimos a la derecha un callejoncito estrecho y con poca
luz. Mi mente pueblerina lo catalogó como poco recomendable. Deprimida, casi
pesimista, lamentando haber salido y estar en el taller, y cuando ya no
esperaba nada agradable de semejante sitio, nos topamos con una puerta oscura, la
silueta de una Menina en Latón y unas letras desiguales en rústica que nos
indicaban que ésta era la pequeña galería de arte que estábamos buscando.
Casi en tromba entramos al local. Suelos antiguos,
butacas de mimbre, en lo que había sido zaguán y alcoba, y bajando un par de
peldaños, recogida una salita con sofá y sillones de hule. Dibujos, una
imitación de los Girasoles de Van Gogh, una lámpara hecha con la rama de un
árbol y una tulipa… Nos situamos y fuimos atendidos por una camarera rechoncha
y encantadora. Nos sugirió tartas de la casa, hechas por ellos mismos de manera
artesanal. De chocolate, de zanahoria, helados y cafés.
No sé si por la proximidad de las fechas, por el lugar,
por mi manera de ser o por algún tipo de reminiscencia: la tarta de amapola, la
arenosa y oscura tarta de Europa del este, los vasitos azules para tomar anís
de cada de mi tía… con ganas de hablar, llenos de recuerdos, de proyectos, de
ideas para nuestro pequeño taller, que eran más anhelos propios que ideas
realizables. Sueños, historias amables que dejan atrás el dolor por lo ocurrido.
Un rincón
grato, una conversación amable, un grupo de amigos, ¿se puede pedir más? La
ambición es cosa de necios.
Afuera
el frío. Mi pequeña y dolorosa necesidad de encontrar una casa definitiva
mientras hablan en la tarde. Crepuscular E.T., señalo mi planeta al fondo, mi
luz y mi distancia. En mi casa de infancia, en sus ruinas, crecen ya agrestes
amapolas y delante de mí, en esta tarde noche, se extienden las sombras, en mi
literatura adolescente, mi casa, un lugar donde nunca se pone el sol y cantan
las chicharras.
Poco
a poco la conversación decae. Miramos
nerviosos los relojes. Hora de volver. Nos ponemos los abrigos. Nos despedimos
de la camarera, por su parte una promesa de buscar la receta de la tarde
amapola. Volvemos a casa, una casa sin adornos navideños. ¿Faltarán los regalos
más importantes de la Navidad? Alegría, ilusiones, esperanzas. No, no faltarán.
Se encenderá el alumbrado, nos impregnaremos de compras y regalos. Llenaremos
nuestros corazones de pequeños deseos. Y una ilusión más. Vivir, seguir
viviendo. Conocer otras navidades, otros rincones, conmigo o sin mí. En definitiva
la esperanza. Eso que uno nunca puede perder. La alegría está aquí mismo. No
muy escondida, aquí mismo
P.D.
Pasaron las Navidades, pasó el Año Nuevo y estamos casi en Mayo. Menacho ha
florecido y la brisa hace revolotear pequeños pétalos blancos. Es la temporada
más bonita del año, primavera.
Badajoz
a 18 de abril.
Firmado:
F.G.
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