Llovía.
Había estado lloviendo todo el día y el aire azotaba con fuerza la ciudad. Los
anuncios y letreros golpeaban las fachadas y apenas había nadie en la calle.
Las
horas habían transcurrido pesadas y lentas en el Centro. Agradecíamos el
refugio añorando los rescoldos de la hoguera.
Ya
por la tarde a la hora de la merienda atendíamos a la invitación de Irene para
salir. Se habían ido abriendo grandes claros y casi con temor esperábamos la
hora del combate. Tomando la merienda esperábamos. Disciplinados y con un
fuerte sentido del deber, fuimos goteando en la biblioteca. Nuestra salida de
esa tarde, una tarde de lunes, era un parque cercano, Castelar y tomar un café en El Descubridor. El Zurbarán
no habría hasta las 19h.
Sobre la marcha saltaban algunos comentarios,
algunas anécdotas. Sin separarnos mucho unos de otros, nos deslizamos por Sto.
Domingo y nos encontramos a escasos
metros de la paz que exhalaba el parque ante la verja. Sorteamos un gran charco
y entramos. Los canturreos adolescentes a lo artista del pop. La tranquilidad del
parque nos fue ganando y a pesar de la
tristeza de la tarde. Alguien paseando un perro, el estanque de los patos,
Carolina Coronado… escenas cotidianas y un gran arcoíris que dibuja sobre
nosotros el pavo real del parque describiendo un elegante semicírculo hasta
posar se en la terraza del Zurbarán. Los árboles, las palmeras, tienen
cartelitos en la que nos hace fijarnos Irene, unos árboles tan altos y viejos
que comulgan ya con el cielo. La conversación amistosa de algún compañero, la curiosidad
de algún otro. Cuando pensamos que ya lo hemos visto todo y empieza a apetecernos el
café, salimos a una carretera estrecha y arbolada y llegamos a una muralla y un
fortín que conoce un miembro del grupo. Nos muestra el auditorio Ricardo Carapeto. Flanqueamos
la muralla por la escalinata. Ya en el fortín, monolitos, troneras, el foso,
árboles y carteles que recuerdan batallas con ingleses y portugueses. Hablamos
un poco de todo, de la época y catapultas.
Pasito
a pasito iniciamos el camino de vuelta, troneras, batallas, túnel, humeantes
catapultas y atrás el fortín. Por una calle transversal y poco transitada en la
que lo más destacable son los libros más pequeños del mundo del escaparate, al
Descubridor. Desde que lo reformaron ya no es lo mismo.
Todo es de madera pero soso y a esta hora de la tarde casi vacío. Tele y
charla. En este caso nos enfrascamos alguien y yo en una conversación con un
ligero sentimiento de culpa charlando de nuestros hijos. Las madres somos
incansables. Los defectos que más nos duelen en nuestros hijos son los que reflejan
nuestros errores como padres.
Un
abrigo barato en el escaparate de los chinos. Llegamos a nuestro verdadero
Rincón, nuestro hogar. Aquí mismo en la
calle Menacho, en Badajoz.
Que preciosidad de relato, donde unos sólo ven una "tarde de perros" otros sois capaz de ver el hilo de una fantástica historia. Lo cotidiano hecho prosa.
ResponderEliminar